Carlos A. Madrazo

El último mito político mexicano del siglo XX

A conmemorarse cien años del natalicio de Carlos A. Madrazo y a más de medio siglo de su trágico fallecimiento en compañía de su esposa Graciela Pintado de Madrazo, su personalidad, obra y pensamiento se mantienen vigentes, a pesar de las circunstancias cambiantes del paso del tiempo. Su figura es relevante por ser el mito mayor de la segunda mitad del siglo XX mexicano, con su azarosa vida y la tragedia con la que culmina una trayectoria política de dimensiones épicas. Su legendaria presencia es casi material en Tabasco y más visiblemente en Villahermosa para quienes habitan viven y caminan por las calles y pasan sus horas de asueto en los parques públicos. Su existencia recibe las luces de los superlativos derivados de la admiración de muchos. Es el mejor orador de la Posrevolución; desde Soto y Gama no se escucha la palabra mejor plantada, ilustrada, sentenciosa, afilada, enérgica, con el nervio de la pasión revolucionaria. Su estatura más bien baja, y su voz delgada y aflautada crece como por arte de magia bajo el influjo de su casi hipnótica elocuencia. Inicia como un pequeño Demóstenes tropical, de una gracia precoz que conquista a quienes le escuchan y, en especial al hombre fuerte de Tabasco, el gobernador y general Tomás Garrido Canabal. Desde entonces su palabra es artillería que prepara la acción y su doctrina un fuego destructor y constructor. Sus discursos revelan un manejo magistral del lenguaje, al que no escapa cierta intención poética y el uso fino de las figuras de la retórica: de la metonimia a la alegoría, de la metáfora a la parábola, del símil a la sinécdoque. Lector empedernido, gusta de repetir expresiones que le llaman la atención, que primero le divierten y luego le resultan útiles en la arquitectura  de sus discursos. Polemista feroz y temible, desde muy joven paraliza a contrincantes y seduce a sus audiencias. Osado hasta la temeridad, para él la multitud es una suerte de criatura feroz destinada a someterse y ponerse a sus pies, como siempre ocurre. Como orador nato improvisa maravillosamente, y si acaso se apoya en algún escrito preparado que solamente merecerá el reojo de tiempo en tiempo. Pronuncia los mejores discursos, que son los que van contra la corriente, que impresionan a los políticos y atraen como moscas a la miel a reporteros y camarógrafos.

Carlos A. Madrazo es el incomparable enfant terrible de la política de su tiempo. Su temperamento es “impulsivo”. Y en verdad tampoco hace mucho por desprenderse de él, y no sin razón, pues a este calificativo lo oye como cumplido. Pero impulsividad en modo alguno es por fuerza sinónimo de desequilibrio. Sabe hablar y conocer para qué sirve una pluma. Rara vez se dan las dos aptitudes en la misma persona. Posee un caudal de conocimientos y experiencias indispensable para dejarlo bien escrito en el papel. Pero adviértase que un orador elocuente no es necesariamente un ameno escritor. La explicación –no estamos tan seguros- tal vez radique en la imposibilidad de traducir en lenguaje escrito las inflexiones y variaciones de la voz, del gesto y de los ademanes. El orador en el fondo es un actor de teatro, mientras que el escritor es quien coloca los ladrillos del lenguaje en la soledad de su oficio. Una de las cualidades de Madrazo es que sabe conciliar ambas aptitudes. Es más, difícilmente estaría el orador si no está primero el escritor. No es literato, menos aún poeta; sus conocimientos de historia y novela que pone a la práctica de alguna manera están dispersos aquí y allá, y en una ocasión publica un libro que recoge las anécdotas de personajes notables. Aquí la escritura es lúdica, como en el resto de sus textos. Y desde luego, tanto como es posible va al supremo sacrificio en el altar de la oratoria. Aunque prefiere dictar a sus secretarias que escribir por él mismo, este gran dictador gusta transmitir en el lenguaje oral, con los tonos preferidos, sus sonoridades y cadencias al papel, dándose entonces el efecto deseado y la unidad virtuosa de la palabra hablada y la escrita.

Pasada la primera mitad del siglo XX Tabasco es uno de los pocos Estados –con Michoacán- que conserva rasgos destacados de las ideologías, prácticas, instituciones, grupos y personajes nacidos de la Revolución Mexicana. En esa parte del Sureste  permanece el fenómeno del garridismo con altas y bajas, y más o menos presente de acuerdo con la época. Madrazo es un producto de este proceso, de acuerdo a las circunstancias que vive, acusa rasgos de hombre fuerte y autoritario,  combinados con un amor a su tierra y a su gente, que en su momento le llevan transformar su Estado natal de manera asombrosa, tomando en cuenta el tiempo y los recursos disponibles para hacerlos. Siendo en sus orígenes hechura de Garrido, está a años luz de su preceptor y de sus formas un tanto violentas. No se enriquece en su puesto de gobernador, ni tampoco lo necesita, porque el exitoso ejercicio de su profesión y de los cargos que antes tiene le proporcionan una más que buena situación económica. Tampoco es un producto de la democracia política, porque ella no existe en la época en que realiza su carrera. Arturo Núñez afirma que “sin lugar a dudas fue un buen gobernante, pero nunca fue un demócrata, ni como gobernador ni como dirigente nacional de PRI.” Y Leandro Rovirosa Wade, ex gobernador de Tabasco sostiene que “lo que pasaba es que en ese entonces no había más que hacer que utilizar el dedo. Madrazo, Mario Trujillo y yo fuimos producto del dedazo y nosotros lo reciclamos. Todos los alcaldes, diputados locales, federales y hasta senadores los escogimos nosotros. Por eso Madrazo no fue un demócrata en ese entonces…” Sus posiciones son definidas por la voluntad de quienes dominan el aparato de Estado, pero juega un papel a favor de la democratización de México sorprendente y admirable. Visto con los ojos de ahora, es un actor de la transición tal y como lo fueron otros que, crecidos políticamente en los sistemas autoritarios, han asumido papeles de liderazgo en la construcción de la democracia.

El hombre deja la huella de su personalidad en lo que hace y en lo que dice. Entender su personalidad es necesario para conocer los resortes íntimos y los recursos vitales de quien es apodado el “Ciclón del Sureste”. Las entrevistas que obsequia a la prensa y los testimonios sobre su vida dicen mucho de su proyección en las mentes de los demás. Para Roberto Blanco Moheno nace para político y todo él es político; es uno de los hombres más importantes en la vida mexicana y su gobierno de Tabasco señala el camino para otros Estados, y agregaríamos que para sus sucesores. Su talento extraordinario, su amor a la patria chica, su enorme ambición –en el sentido noble de la palabra, convenimos- hicieron de él una dinamo humana, con sus dieciséis horas diarias de trabajo a lo largo de seis años. Su enorme capacidad para laborar, su agudísima inteligencia, su habilidad para responder impertinencias y su valor poco común le llevan al prodigio. Su vida es batalla contra el conformismo y la pereza. Se precia de ser de los políticos que hablan: “Opino porque tengo opinión”, como le comentó al periodista español Luis Suárez. El poeta tabasqueño Carlos Pellicer le llama “monstruo de la inteligencia.” Elena Garro, antigua amiga suya, ve al lector empedernido, que rechaza la idea prosaica de que los libros son para matar la ociosidad: “Yo leo siempre y siempre estoy ocupado.” Vive obsesionado por el tiempo, como si cada minuto de la existencia fuera el último: “La vida va demasiado de prisa y creo que todos los instantes son preciosos. No sabemos cuál será el último…” Es fatalista: sostiene que el hombre es destino, manifiesto a través de la acción. Cada paso, por insignificante que parezca, prefigura nuestro destino y nos acerca a él, como en las tragedias de los griegos. Destino fatal, cruelmente inocente, como si todos fuéramos ciegos: “Cuando Edipo escogió el cruce de caminos, ese cruce lo llevó a su destino, el crimen.” Practica el riesgo: su vida se rige por su ritmo seductor. Quienes no toman riesgos aniquilan su dignidad y pierden su poder creador. Carlo Coccioli encuentra en él la franqueza, la extroversión, la sencillez, la rapidez mental y la inteligencia. Le dice que podría ser italiano, a lo que le devolvió el elogio –seguramente dicho con buena intención- respondiéndole que él parecía tabasqueño. Flor contra flor, concluye Coccioli. Madrazo rechaza la política subterránea con su revestimiento “oscuro y palaciego.” Como gobernador, todos los días se reúne con representantes de empresarios, de trabajadores, estudiantes y quien tenga asuntos que tratar. Hace uso de la radio, para señalar problemas y anunciar sus decisiones. Es un viajero constante, y es usual verlo frente a asambleas diversas, con la palabra afilada y tomando el micrófono con mano firme. Conviene agregar que detesta el tabaco y consume en pequeñas cantidades, de tiempo en tiempo, alguna bebida espiritosa. Fumar puro le parece el extremo de la arrogancia, tanto por la manipulación fálica del objeto como del humo detestable que provoca, faltando el respeto a quienes ejercen ese vicio. “Nunca fume puro”, le dijo una vez a su amigo y seguidor Eduardo López Betancourt, “eso es propio de soberbios”.

Ya fuera de la Presidencia del PRI, pero sin renunciar a él o ser expulsado, Madrazo tiene una intensa actividad con diversos grupos y personas que le escuchan. Fiel a su modo de ser, refleja su personalidad a la manera de sus inicios en la política, con pasión y energía nacidas de la convicción de la justeza de sus causas. Ésta es la impresión que recibe uno de sus admiradores de los años difíciles, cuando es la figura más notable de una oposición no declarada:

Desde el primer momento, me pareció asombroso su magnetismo. Recuerdo que sentía su presencia semejante a un dínamo que generaba y atraía la energía que lo rodeaba. Casi siempre nos reunimos con él en desayunos que eran lecciones sobre el arte de la política, donde mezclaba en una corriente turbulenta, como río de Tabasco, comentarios, interpretaciones, datos estadísticos y un colorido anecdotario.

Madrazo es una hoguera que no la apaga ni toda el agua de Tabasco. Darío Vasconcelos, uno de sus amigos más antiguos, en sus últimos años no ve en él la serenidad o el arrepentimiento de lo llevado a cabo en su juventud. Al contrario: “el tiempo lo respetaba no solamente en lo físico, sino en lo moral. En sus años postreros era tan juvenil como cuando fue estudiante. Los años no le habían restado vigor ni moderado sus inquietudes. Seguía siendo el mismo rebelde, el mismo revolucionario que conocimos en los días dorados. Y así partió para siempre.” Convertido un solitario en política a pesar de tantos seguidores y amigos, dice mantener enhiesta la enseña de la Revolución: cuando el PRI la rechaza –afirma- el PRI la pone en sus manos. A él no le importa salir del partido, porque es fuerte y porque así lo siente.

Réplicas y consultas con el autor: pedrocastro3131@gmail.com

ISBN 978-607-07-3345-1
PLANETA: 2016

Índice

Prefacio

  1. Surge un político precoz
  2. Las tarjetas de la infamia
  3. Un ciclón en la Quinta Grijalva
  4. Un Quijote al frente del PRI
  5. Un profeta solitario

Epílogo de un místico de la grandeza